La
doctrina cristiana nos enseña que Dios es infinitamente Perfecto y
Bienaventurado en sí mismo, y por esa perfección quiso no dejar
solo para sí mismo esa Bienaventuranza y decidió compartirla
creándonos y criándonos por Caridad, por puro Amor y así hacernos
partícipes de la Bienaventuranza de su Vida Divina, colocándonos
por tanto Amor en el Paraíso.
Pero
el Hombre Pecó, rechazó el estado de Justicia Original, Cayó. Se
cerraron las Puertas del Paraíso, porque el Hombre no quiso el
Paraíso. De el estado de Justicia Original, caímos al estado de
Pecado, con el Pecado original, por eso nacemos en el estado de
Pecado Original.
Pero
¡oh! ¡Que Dios es infinitamente bueno! Y en su infinita bondad
mandó en la Plenitud de los Tiempos a su Hijo como Redentor, como
nuestro Salvador, para levantarnos del Pecado, para re-hacer la
Creación, llamándonos a Su Iglesia a la que entramos regenerándonos
con el Bautismo, haciéndonos Hijos suyos de adopción por Obra del
espíritu santo y herederos de su Eterna Bienaventuranza (cf. Jn.
1,1-14).
Así,
nuestro último fin es la Eterna Bienaventuranza en Dios, a la
que llegaremos amando y sirviendo a Dios que nos ha dado de gratis
por medio de Jesucristo la Redención y Salvación. Pero ¿Cómo
amar y Servir a Dios?. La
respuesta es sencilla: Debemos Conocer a Dios, conocer a Jesucristo
y su Doctrina, encontrarnos con el Verdadero hijo de Dios en los
Evangelios, en la Doctrina cristiana, en el Altar del Santo
Sacrificio de la Misa, en el obrar diario, en el Sagrario y en lo
íntimo de nuestro corazón. Para no cometer el error de creer que
encontramos a Dios y no es Dios, para estar seguros de encontrarnos
con Dios, debemos pues conocer la Fe que nos entrego su Hijo y
ponerla por Obra: debemos hacer nuestros, encarnar como dice el Santo
padre los elementos de la Doctrina cristiana: el dogma, la moral, los
medios de salvación y la oración. Si no conocemos, si no encarnamos
en nuestra vida esto, no podemos amar a Dios correctamente (cf.
Santiago 2,14-26). El conocer significa entrañar, encarnar, hacer de
nuestra esencia algo, ser parte de ese algo y ese algo parte nuestra.
Conocer la doctrina cristiana y obrar conforme a ella, es conocer a
Jesucristo, es tener Fe y Mostrarla por las Obras, por el obrar, por
el actuar como cristianos, por amor y agradecimiento a Dios, que nos
creó por Puro Amor, por Caridad, y que al caer, inmediatamente
dispuso para Nosotros la Salvación diciendo ala serpiente: pondré
enemistad entre tí y la Mujer, tu le morderás el calcañal, pero
Ella con su Hijos Jesucristo te aplastará la cabeza.
¡Oh!
Cuanto Amor por el Hombre, que aun después de Caído, te encarnaste
como el caído, para levantarlo con el Mas Grande Amor Jamás visto,
Dando la Vida el Creador Por la Criatura! Pero ¡Desfallece de
agradecimiento y acepta la Bienaventuranza! No contento aún, de
hacerse Hombre, de sufrir y morir por nosotros, ¡Se quedó con
nosotros, en el Santo Sacrificio, agradable a Dios, profetizado por
Malaquías (ver Mal 1,11)!, pero aun más, después de alimentarnos y
de aplicarnos la redención en la Santa Misa, se queda ¡Día y Noche
en el Sagrario esperándonos! ¿Qué más necesitamos para aceptar la
Redención, para aceptar su Bienaventuranza, para convencernos de que
nos Ama?
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